NO PODÍA TENER NADA CONTRA MÍ. NO ME CONOCÍA ANTES.
Me quede petrificada en la silla, contemplando con la mirada perdida como se iba. Era realmente mezquino. No había derecho. Empezé a recoger mis cosas muy despacio mientras intentaba reprimir la ira que me embargaba, con miedo a que se me llenaran los ojos de lágrimas. Solía llorar cuando me enojaba, una costumbre humillante.